Porqué en Vicenza el ocho de septiembre es día de Fiesta

El 8 de septiembre se celebra la Fiesta Patronal de Monte Berico, cita importante para los vicentinos denominada «LA FESTA DEI OTO». La costumbre era caminar hasta el santuario desde los pueblos vecinos. Una procesión de toda la noche para terminar subiendo las 200 escalones del monte para asistir a Misa. Después del servicio religioso ir a tomar chocolate caliente con vainillas (savoiardi) a «El Pellegrino». Ir después con los niños de paseo a los juegos en Campo Marzio. Comer unos ricos panqueques y regresar a casa al final del día en familia, cansados y felices.

Madonna di Monte Berico en camino a Buenos Aires
Preparamos el Año Jubilar Mariano y el Año del Renacimiento


Nuestros padres y abuelos antes de partir para su nuevo hogar en la Argentina subieron al Monte Berico a dejar en manos de la Madonna sus dolores, sus penares, pero tambien sus esperanzas y sus promesas.

A un año del Inicio oficial de las celebraciones del Año Jubilar Mariano y del renacimiento, el 7 de marzo de 2026, los vicentino nos preparamos para el aniversario.

El 7 de marzo 1426 la Virgen María se apareció por primera vez a Vincenza Pasini en la colina de Monte Berico, a la que siguió una segunda aparición el 1 de agosto de 1428. La Virgen prometió a la anciana que pondría fin a la epidemia de peste tras la construcción de una iglesia dedicada a ella. El 25 de agosto de 1428, con el obispo Pietro Emiliani, se colocó la primera piedra de la iglesia, que se completó en solo tres meses. Este edificio corresponde actualmente al presbiterio de la actual iglesia barroca. El 7 de marzo esta dedicado este año a la iniciativa “Peregrinatio Mariae”, el viaje por los 5 continentes de la reproducción de la Virgen de Monte Bérico de Vicentini nel mondo. El viaje atravesará muchos países y comunidades del mundo, para recordar una historia que se ha convertido en identidad para todos los vicentinos, un faro de esperanza incluso para quienes viven lejos de su tierra natal. El 7 de marzo de 2025 la Virgen parte su largo viaje que finalizará en junio de 2027 y lo hace de la Loggia del Capitaniato, emblema del municipio que rinde homenaje a una antigua tradición que entrelaza las vivencias de diferentes generaciones y clases de una ciudad que, para bien o para mal, mira hacia la colina mariana y su majestuoso templo. Con un momento de celebración y procesión al Santuario de Monte Bérico con un momento de oración con música y poesía. La Primera parada será Buenos Aires, dónde visitará Córdoba y otras ciudades de la Argentina, luego Brasil (mayo - octubre de 2025, Antonio Prado, Curitiba, Erechim, Flores da Cunha, Nova Veneza y Región, Nova Vicenza, Passo Fundo, Sao Paulo, Santa Maria, Serra Gaucha, Sobradinho), Australia (noviembre - febrero de 2026, Adelaida, Canberra/Queenbejan, Griffith, Melbourne, Myrtleford, Sídney, Wollongong), Canadá: mayo - julio de 2026 (Montreal, Ottawa, Vancouver), Sudáfrica (agosto - septiembre de 2026, Johannesburgo), Francia (octubre - noviembre de 2026, Lyon, Mondelange, Mulhouse), Luxemburgo (noviembre - diciembre de 2026, Luxemburgo), Bélgica (diciembre - enero de 2027, Charleroi), Suiza (enero - febrero de 2027, Toggenburg), Uruguay (marzo - abril 2027, Montevideo), Italia (mayo - junio 2027, Olgiate Comasco (VA), Valles del Pasubio).

«Los vicentinos, aunque no solo ellos, siguieron al pie de la letra las palabras de la Virgen: aquí arriba, cada primer domingo de mes, suben por lo menos treinta mil personas a pedir una gracia o a dar gracias por haberla recibido, o simplemente para hacerle una visita a la Virgen María. Al acabar la misa –en total nueve al cabo del día– la gente tarda una hora en terminar de salir toda de la iglesia. Casi hay que echarla a empujones», bromea complacido el padre Alessandro Bertacco. Fue durante treinta y ocho años profesor de idiomas en los institutos de Vicenza, y desde que se jubiló es el rector del santuario de la Virgen del monte Bérico. Es sin duda un hombre afortunado: en el monte Bérico hay un “problema” de abundancia. Una gran alegría para él y su Orden, los Siervos de María, que custodian el santuario ininterrumpidamente desde 1435. «A veces no sabemos a qué santo rezar para confesar a toda esta gente. La media en el primer domingo del mes es de veintidós mil confesiones. Mis hermanos y yo, somos veinticinco en total, aunque sólo somos doce operativos –porque los otros son ya demasiado viejos–, estamos hasta diez horas en el confesionario. Y lo más hermoso de todo es que son sobre todo los jóvenes los que vienen a pedir los sacramentos». Tan es verdad que ya en diciembre de 1972 se tuvo que construir una penitenciaría justo al lado de la Basílica: dos grandes capillas, una superior y otra inferior, con treinta confesionarios, que se añaden a los del interior de la Basílica.

Y esto es poco si lo comparamos con lo que pasa cada 8 de septiembre, la fiesta de la Natividad de la Virgen María. El número de peregrinos casi se duplica, y asisten las autoridades civiles y religiosas. La ciudad de Vicenza, ya el día antes de la fiesta, es invadida por miles de personas. Muchas de ellas, procedentes de ciudades cercanas de Véneto y Lombardía, se ponen en camino algunos días antes, haciendo etapas, para llegar a tiempo el 8 por la mañana para la vigilia y la “misa de la aurora”, la de las 5,30. Muchos otros llegan de Bélgica, Francia, Inglaterra, Alemania. A veces hasta de Brasil y Filipinas. «Son emigrantes vénetos ligados indisolublemente a su Madre Celestial», cuenta el padre Alessandro. «Una ligazón que se mantiene gracias a nuestra revista mensual La Virgen del Monte Bérico, que cuenta ya con cien años: miles de subscriptores, en todas las partes del mundo, nos escriben para comunicarnos sus problemas y su amor por su tierra de origen y por la Virgen. Y yo, que la dirijo, publico cada mes la carta de alguno de ellos. He ido incluso a verlos, sobre todo por Europa, para que comprendan que el santuario y los Siervos de María están siempre a su lado».
El primer domingo de cada mes, pues, y el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María: en torno a estas dos fechas, queridísimas por los vicentinos, se desarrolla toda la historia del santuario de la Virgen del monte Bérico, el más importante de Véneto y uno de los lugares de devoción mariana más importantes de Europa.

Los pórticos unen la ciudad de Vicenza con el santuario: la obra, comenzada el 7 de marzo de 1746 por el arquitecto Francesco Muttoni, mide 700 metros y tiene 150 arcos, como las cuentas del Rosario. Están repartidos en grupos de 10, simbolizando los 15 misterios. Al fondo, la fachada oriental del santuario Los pórticos unen la ciudad de Vicenza con el santuario: la obra, comenzada el 7 de marzo de 1746 por el arquitecto Francesco Muttoni, mide 700 metros y tiene 150 arcos, como las cuentas del Rosario. Están repartidos en grupos de 10, simbolizando los 15 misterios. Al fondo, la fachada oriental del santuario.

Monte Bérico, un trocito de paraíso
«El sitio es precioso, elevado, iluminado por los primeros rayos del sol naciente, con un inmenso horizonte frontal de fertilísimos campos en donde surgen palacios señoriales y pueblos encantadores. A la izquierda la mirada se posa en los valles lejanos del Astico, del Brenta, en Bassano, en Asolo, con el majestuoso pabellón de los Alpes a su espalda; a la derecha, en las colinas Euganeas, en Padua, en Venecia, que surge como solitaria reina en las lagunas. Parece que la Virgen hubiera elegido aquel lugar para que la gente de la región de Venecia pudiera verla y se dirigiera a Ella como a un faro de salud y amparo en las tempestades de la vida». Subiendo hoy al monte, que está al suroeste de Vicenza, y tiene una altura de cien metros, se goza del mismo maravilloso escenario que el poeta y sacerdote Giacomo Zanella describió en su Alla Madonna di Monte Bérico, el 2 de agosto de 1875. Un escenario solemne, adornado por los setecientos metros de pórticos que, partiendo de la ciudad, corren ininterrumpidamente hasta la fachada oriental del santuario. Construidos en la segunda mitad del siglo XVIII siguiendo el proyecto del arquitecto Francesco Muttoni para facilitar la subida “al monte” de los peregrinos, cuentan con 150 arcos, como las cuentas del rosario. Y a cada diez arcos hay un rellano, en cuyas paredes hay frescos con los 15 misterios del rosario. Además hay otro camino, el más antiguo, que lleva hasta la Virgen: la subida de las Escalinatas con sus 192 peldaños, introducidos por el majestuoso arco triunfal que conserva evidentes influencias arquitectónicas del artista que firmó y revolucionó el rostro de Vicenza: Andrea Palladio. En resumidas cuentas, el monte Bérico es un trocito de paraíso. En su centro se recorta el perfil inconfundible del santuario, en el que conviven el barroco y el gótico: tres fachadas barrocas se repiten idénticas en tres lados. En el cuarto, el de poniente, sobre la fachada barroca se apoya la gótica. Esta última es memoria del santuario edificado tras las dos apariciones de la Virgen a una mujer de Vicenza, el 7 de marzo de 1426 y el 1 de agosto de 1428. Aquellos fueron años terribles, años de peste. Pero también muy hermosos, por el gesto de misericordia que la Virgen María le otorgó a Vicenza, una ciudad que estaba ya en las últimas.

1404: la peste llega a Vicenza
Un precioso documento, identificado como Códice 1430 y conservado en la Biblioteca Bertoliana de Vicenza, cuenta de manera detallada los hechos ocurridos en la ciudad desde 1426 hasta 1430. Es la principal fuente histórica, redactada por notarios en noviembre de 1430, que documenta el Processus instruido formalmente por la Communitas Vincentiae y por el juez cónsul del ayuntamiento Giovanni da Porto. El motivo del sumario, por de­seos de las principales autoridades civiles de la ciudad, queda claro en el documento ya en sus primeras lí­neas: presentar «la maravillosa y estupenda construcción de la iglesia de la gloriosa Madre de Dios, la Virgen María, en el monte, llamado “sagrado”, y los milagros y los demás hechos prodigiosos que ocurrieron allá arriba». Milagros y hechos prodigiosos que ocurrieron tras un larguísimo período de sufrimientos, que también están documentados por el Códice: «Desde el año del Señor de 1404 hasta entrado el 1428 esta desgraciada ciudad con su territorio fue aplastada y sacudida casi continuamente por gravísimas pestilencias y enfermedades. De modo que esta provincia quedó despojada de su pueblo y de su gente. Los habitantes morían por el contagio o, para escapar del morbo, dejaban durante años sus casas, no sin grandes gastos y sufrimientos». Y, sin embargo, aquel 1404 se anunciaba propicio: la ciudadanía, tras la serie de tiranos –los señores de Padua, Cangrande della Scala y Gian Galeazzo Visconti– que se habían enfrentado en el interior de sus murallas por conquistar la ciudad, decidió que quería ser protegida por la Serenísima. Y precisamente el 28 de abril de 1404, mediante los dos nobles ciudadanos Gian Pietro Proti y Giacomo Thiene, los vicentinos se entregaban espontáneamente a la República de Venecia, recibiendo a cambio un gran número de privilegios, tanto económicos como de autonomía legislativa. Pero precisamente por aquel período se difundió la peste en la ciudad, dejando a su paso muerte y desolación. Otros documentos de archivo documentan, por ejemplo, que en el monasterio benedictino de los Santos Félix y Fortunato habían quedado sólo tres monjes; las monjas de Santo Tomás eran nueve; los camandulenses, dos, y los carmelitas de Santiago, en octubre de 1428, in pleno et generali capitulo, eran cinco en total. Lo mismo ocurrió en los otros monasterios de San Lorenzo, de San Miguel y de San Pedro. Los vicentinos mientras rezaban, imploraban y hacían penitencias. En vano. Parecía como si el Cielo fuera sordo a las invocaciones y que el Señor se hubiera olvidado de ellos.

La iglesia del santuario

«Yo soy la Virgen María,la Madre de Cristo…»
En aquellos terribles años vivía en Vicenza una mujer de casi setenta años, Vincenza Pasini, que cada mañana subía al monte Bérico para llevarle la comida a su marido, Francesco di Giovanni da Montemezzo, que allí cultivaba una pequeña viña, aunque su principal ocupación era la de marangone, carpintero. Los dos ancianos eran originarios de Sovizzo, un pequeño centro a pocos kilómetros de Vicenza; se habían trasladado hacía algunos años a la ciudad y vivían en el barrio de Berga, en las faldas del monte Bérico, frente a la iglesia de Todos los Santos. El Códice refiere que Vincenza llevaba una vida sencilla y honesta, en la devoción al Señor y a su Santísima Madre, hacia la que sentía una excepcional devoción: sus días estaban llenos de mucha oración y obras de bien, y su asistencia a la iglesia y a las funciones litúrgicas, y especialmente su caridad por todos, hacían de ella una auténtica cristiana. A la izquierda, la estatua de la Virgen del santuario del monte Bérico: la tradición la atribuye a Nicolò de Venecia. Fue realizada entre 1428 y 1430 y colocada en el altar mayor ya en los orígenes del santuario. Fue coronada el 25 de agosto de 1900 por el patriarca de Venecia Giuseppe Sarto, futuro papa san Pío X. Tras una serie de intentos de robo, se colocó sobre la cabeza una copia de la corona original; arriba, el altar mayor y el nicho que alberga la estatua de la Virgen A la izquierda, la estatua de la Virgen del santuario del monte Bérico: la tradición la atribuye a Nicolò de Venecia. Fue realizada entre 1428 y 1430 y colocada en el altar mayor ya en los orígenes del santuario. Fue coronada el 25 de agosto de 1900 por el patriarca de Venecia Giuseppe Sarto, futuro papa san Pío X. Tras una serie de intentos de robo, se colocó sobre la cabeza una copia de la corona original; arriba, el altar mayor y el nicho que alberga la estatua de la Virgen

La iglesia del santuario

Primera Aparición de María

El 7 de marzo de 1426, hora quasi tertia –a las 9 de la mañana–, la mujer, como siempre, llegó a la cima del monte. Tras llegar, vio frente a ella a una mujer, como cuenta el Códice, «in forma speciosissime regine perfulgide», con el aspecto de una hermosísima reina, con ropa más brillante que el sol, envuelta en una fragancia de mil perfumes. Frente a tanta belleza, la pobre mujer perdió sus fuerzas, cayó de bruces al suelo, pero la comida de su marido, colocado en el saco, permaneció intacta. Entonces la hermosísima señora, tomándola con su mano del hombro derecho, la levantó del suelo y le dijo: «Yo soy la Virgen María, la Madre de Cristo muerto en la cruz para la salvación de los hombres. Te ruego que vayas a decirle en mi nombre al pueblo vicentino que construya en este lugar una iglesia en honor mío, si quiere volver a tener salud, si no, la peste no tendrá fin». Vincenza entonces, llorando de alegría y arrodillada delante de la Virgen, respondió: «Pero el pueblo no me creerá. Y, Madre gloriosa, ¿dónde encontrar el dinero para hacer estas cosas?». «Insistirás para que el pueblo siga mi deseo, de lo contrario nunca será liberado de la peste, y mientras no obedezcan verán a mi hijo enojado con ellos», respondió la Virgen. Luego siguió diciendo: «Como prueba de lo que digo, que excaven aquí, y de la árida roca brotará agua, y cuando comiencen la construcción no les faltará el dinero». Diciendo esto, con una ramita de olivo en forma de cruz marcó en el suelo el lugar e incluso la forma de la iglesia que había de construirse. Plantó luego la ramita en la tierra, precisamente en el lugar donde hoy está el altar mayor del santuario. Pero esto no fue todo: «Todos los que con devoción visiten esta iglesia en mis fiestas y en cada primer domingo del mes, tendrán como don la abundancia de las gracias y la misericordia de Dios y la bendición de mi propia mano maternal». Con el gozo inefable del encuentro con la Virgen se alternaba en el corazón de Vincenza Pasini el terror de tener que afrontar su ciudad. Bajó a Vicenza y contó todo a las personas que veía, pero la mujer se dio bien pronto cuenta de que nadie la creía. Porque además, con todos aquellos muertos por la peste la gente tenía otras cosas en que pensar. Fue también a ver al obispo, Pietro Emiliani, pero fue peor. El alto prelado la dejó hablar al principio, luego de repente le dijo que se fuera, que había perdido el seso. El tremendo contagio, mientras tanto, seguía segando vidas. Vincenza reemprendió su vida de siempre trabajando, rezando y haciendo obras de caridad. Y los días de fiesta, subiendo al monte para rezar precisamente en el lugar donde había encontrado a la Virgen. El documento que recoge todas las actas de la investigación sigue diciendo que al cabo de dos años hubo otra aparición de la Virgen a Vincenza Parisi: exactamente el 1 de agosto de 1428. Sintiendo nuevamente piedad por una ciudad que estaba en las últimas, la Virgen repitió las mismas palabras, con la misma petición y la misma promesa a la anciana. Ésta bajó a la ciudad y se puso a gritarles a todos, a la gente sencilla y a las autoridades de la ciudad, el deseo de la Madre celestial, y esta vez a Vincenza le creyeron. La noticia de que la Virgen se había aparecido una segunda vez en el monte se difundió por la ciudad como un relámpago y mucha gente comenzó a salir por las murallas de Vicenza para subir a la colina. Entonces las personalidades del Ayuntamiento, el Consejo de Ciento y el Consejo de Quinientos, reunidos en la gran Sala de la Razón, decidieron construir, en un tiempo brevísimo, la iglesia del monte Bérico. Sigue diciendo el Códice: «Una vez tomada la decisión, confiando solo en la esperanza de Dios y encomendándose a la Virgen gloriosa, la construcción de la iglesia se comenzó el 25 de agosto del mismo año de 1428». Sólo veinticuatro días después de la segunda aparición. La Virgen había hablado a Vincenza de una fuente de agua que surgiría de la roca en el lugar donde debería levantarse el santuario. Y esto fue lo que ocurrió: durante las obras de excavación «brotó como un manantial una maravillosa e increíble cantidad de agua… que rebosó como un río abundante que con gran ruido bajaba por el monte», informa el Códice. Y según otra promesa de la Virgen, también el dinero llegó en grandes cantidades: en el Archivo de Estado de Vicenza se encontraron una serie de testamentos, luego publicados por el padre Giocondo Maria Todescato, con fecha y nombre del testador que atestigua la gran generosidad de los vicentinos por la construcción del santuario. Más noticias de lo que ocurrió nos llegan de otro precioso documento del 15 de julio de 1434: la trascripción, conservada en la Biblioteca Bertoliana, del texto de una lápida de mármol que fue destruida: «Comenzada su construcción el 25 de agosto, la peste casi desapareció y, completada la iglesia en tres meses, toda esta provincia quedó libre completamente de tanta calamidad, de modo que desde este día, por la ayuda de Dios, nadie más sufrió por aquella enfermedad». El documento es de gran importancia porque además revela que aquellos hechos milagrosos tuvieron lugar bajo el pontificado de Eugenio IV, siendo dogo de Venecia Francesco Foscari.

La Mater misericordiae y la Virgen del Magnificat

De cómo y por quién fue edificada la iglesia del monte Bérico los documentos no dicen nada. Todo lo que se sabe, teniendo en cuenta lo poco que nos ha llegado intacto hasta hoy dentro de la Basílica barroca, es que se trató de una sencilla iglesia con esquema de basílica edificada entre agosto y finales de noviembre de 1428. Afortunadamente la estatua de la Virgen, que hoy está colocada en el altar mayor adosado a la pared meridional de la Basílica, única superviviente del antiguo templo gótico, es la misma que estaba expuesta en la iglesia de 1428. Ya el Códice la describe como: «Imperiosa imagen de mármol… pintada con arte con varios y preciosos colores». La hermosísima estatua de piedra tierna de los montes Béricos, que la tradición atribuye a Nicolò de Venecia, mide un metro con setenta y sigue el esquema clásico de la Mater misericordiae. Está de pie, en posición frontal, y su rostro, abierto a la sonrisa, está coronado por cabellos rizados puestos de relieve por el velo con vuelos. Su vestido es de arabescos dorados y por los hombros le baja el hermoso manto azul forrado de rojo, con los bordes de oro. La Virgen extiende con las manos su manto para acoger, arrodillados a sus pies, cuatro a la derecha y otros cuatro a su izquierda, a los representantes del pueblo vicentino, de todas las clases sociales –se comprende por la calidad de la ropa–, que invocan su protección: «Muéstrate Madre», se lee en la inscripción del basamento de la estatua. En la cabeza la Virgen lleva una corona: el 25 de agosto de 1900 subió al monte el patriarca de Venecia, el cardenal Giuseppe Sarto, futuro papa san Pío X, precisamente para la coronación de la Virgen. Tras una serie de intentos de robos sacrílegos, en lugar del original –una joya de indecible belleza, realizada juntando alhajas de factura popular con otras de mayor prez donadas a la Virgen a lo largo de los siglos– hoy por desgracia vemos solo una copia. La corona original se conserva en un lugar secreto. Pero hay otra imagen de la Virgen María, de aquellos años, encontrada en 1932: se trata del fresco de la Virgen del Magnificat de Battista de Vicenza. Actualmente se encuentra en la pared derecha de la actual Penitenciaría, y apareció durante las obras para alicatar con mármol la zona que rodea la antigua estatua de María: en este fresco la Virgen, con el vestido lila bajo el manto azul, está sentada en una preciosa silla de mármol y representada como si estuviera a punto de dar a luz: es con toda seguridad una pintura votiva, encargada para propiciar un nacimiento.

Los Siervos de María

Toman posesión del santuario de la Virgen del monte Bérico Vicenza, libre por fin de la peste y con su santuario en la cima del monte, se había convertido en meta constante no solo de los vicentinos, sino también de gente procedente de todas las otras ciudades vénetas. El Códice 1430 señala que una infinidad de milagros cayeron sobre los peregrinos, los cuales, sobre todo el primer domingo del mes, según la promesa de la Virgen, abarrotaban la pequeña iglesia. En el intervalo desde la segunda aparición de la Virgen María hasta el comienzo del Processus comenzado por las autoridades ciudadanas sobre los hechos del monte Bérico moría Vincenza Pasini. Convertida en objeto de adoración popular, la piadosa mujer fue enterrada en la iglesia de Todos los Santos, en las laderas del monte; sus huesos fueron trasladados al santuario en 1810, tras la demolición de la iglesia de Todos los Santos. Hoy están en una urna de mármol blanco en la cripta de la Basílica. Con todos estos acontecimientos que habían arrasado benéficamente el monte, fue necesario construir también un convento y por consiguiente llamar a una orden religiosa que pudiera asistir espiritualmente a toda aquella gente: los primeros en llegar, a finales de 1429, fueron los frailes de la Orden de santa Brígida. Posteriormente, por voluntad del ayuntamiento de Vicenza, del nuevo obispo de Vicenza, Francesco Malipiero, y del papa Eugenio IV, llegaron los Siervos de María, que tomaron posesión del santuario y el convento el 31 de mayo de 1435. Los frailes se conquistaron enseguida el amor de la gente, entre otras cosas porque al frente de ellos estaba un gran hombre: fray Antonio da Bitetto. Y tras 570 años los Siervos siguen en el monte Bérico. Mejor dicho, precisamente por la consistencia y la fama de santidad que desde un primer momento rodearon a fray Antonio, y por consiguiente al santuario, en el monte Bérico se celebraron durante los siglos numerosos capítulos generales de la Orden.

El santuario adornado con obras de arte

A finales del siglo XV los Siervos de María no sabían ya cómo hacerse cargo del río de peregrinos que llegaba al monte a implorar a la Virgen. Tanto en verano como en invierno la gente se veía obligada a escuchar misa al aire libre. Pero los frailes no querían saber nada de modificaciones de la pequeña iglesia para no comprometer su estructura, que había sido sugerida directamente por la Virgen. Solo entre 1450 y 1454, cuando empezó a haber problemas de orden público por la afluencia, se hicieron obras. El aula originaria de la iglesia fue prolongada hacia oeste. Posteriormente se articuló el espacio interior en tres naves. Con el transcurso de los años, posteriormente, se construyó un coro para los frailes, se definió la fachada de la iglesia y se edificó un albergue para los peregrinos, precisamente en el lugar donde hoy surge el nuevo convento edificado en 1954. Se llamó a los artistas importantes para que embellecieran el santuario y todos los otros ambientes. Si hoy echamos un vistazo a la actual sacristía, por ejemplo, podemos admirar en ella la extraordinaria Piedad de Bartolomeo Montagna, fresco pintado por el artista en 1500 junto con la otra Piedad colocada en el altar de la derecha del altar mayor, dentro de la Basílica. Pero la obra pictórica de mayor valor de todo el santuario está en la pared oriental del antiguo refectorio, hoy pinacoteca: se trata del Convite de san Gregorio Magno de Paolo Veronese. El inmenso pintor la pintó expresamente para este espacio en 1572 por encargo de su tío materno, fray Damiano Grana, prior del santuario entre el 71 y el 73 y representado por su sobrino casi en el centro de la escena. La obra maestra de Veronese tuvo que sufrir una serie impresionante de asaltos. El último fue el de los austríacos que, durante la Primera Guerra de Independencia, saquearon el convento y dañaron la tela, reduciéndola a treinta y dos trozos a golpes de bayoneta. Además de Veronese, en la segunda mitad del siglo XVI se llamó al santuario de la Virgen del monte Bérico a Andrea Palladio, el mayor arquitecto del Renacimiento, para elaborar proyectos de ampliación de la iglesia. Del famoso “añadido palladiano” que, partiendo de la antigua pared meridional, había prolongado hacia el septentrión la Basílica, terminándola con su fachada, por desgracia hoy no hay rastro. La demolición ocurrió cuando, a finales del siglo XVII, los Siervos de María, dirigiéndose a la generosidad de los ciudadanos precisamente para «terminar y perfeccionar» la principal fachada palladiana, la del norte, a la que añadir una «puertecita para la comodidad de los pasajeros», consiguieron de los principales de la ciudad una respuesta superior a las expectativas, aunque con la cláusula de quitar la “prolongación” de Andrea Palladio y rehacer toda la iglesia, menos, obviamente, la pared meridional, es decir, la antigua, en la que estaba colocada la estatua de la Virgen. Fue llamado el vicentino Carlo Borella para que dirigiera las obras, el cual estaba al frente de la mayor empresa constructora de Vicenza, que realizó el complejo edificio barroco que vemos hoy. El autor del impresionante número de estatuas tanto del exterior como del exterior de la iglesia fue, a caballo de los siglos XVII y XVIII, el escultor Orazio Marinali, quien, en los tres bajorrelieves exteriores, colocados encima de las tres puertas de acceso al templo, sintetizó en tres “actos” los acontecimientos milagrosos que dieron origen al santuario. Un santuario que nació sencillo y humilde y siguió creciendo con los años: en 1707 fray Ferdinando Gabrieli, que algunos años antes había sido prior del convento, decidía renovar de su bolsillo una zona colocada sobre el refectorio y que hoy corresponde al museo del santuario. Es decir, la Sala de los Consultores que alberga, en una de sus zonas, los retratos de los siete teólogos servitas nombrados, en épocas distintas, consultores de la República de Venecia y los bustos que representan a algunos padres generales del Orden entre 1653 y 1716. La Sala conserva también los más de 150 exvotos recogidos a lo largo de los siglos de vida del santuario: realizados ya en tabla ya en tela, cuentan con estilo sencillo y algo naïf una serie impresionante de desastrosas caídas del caballo, desde ventanas, dentro de un lago o en un río. Sin contar las agresiones, los incidentes, las minusvalías congénitas y las graves enfermedades. En fin, un montón de problemas, siempre resueltos por la intervención maternal de la Virgen María. Este es quizá uno de los lugares más conmovedores y bellos de todo el santuario. Tras cuatro siglos de amorosa acogida dispensada a los peregrinos, especialmente a los más pobres, y de grandiosas obras de embellecimiento del santuario solicitadas por estos incansables religiosos, los Siervos de María, por decreto del 11 de mayo de 1810, tuvieron que abandonar el santuario. Napoleón había suprimido todas las Órdenes y Congregaciones de Italia, obligándoles a colgar los hábitos, y a los religiosos regulares, en este caso no vicentinos, a que volvieran a sus pueblos y ciudades de origen. La iglesia del santuario de la Virgen del monte Bérico se convirtió en capilla dependiente de la parroquia de San Silvestre de la ciudad. En realidad, gracias al obispo de Vicenza, Zaguri, dos padres de los Siervos continuaron su trabajo en el monte Bérico. Todos los demás volverían el 26 de noviembre de 1835 por iniciativa del obispo Giuseppe Cappellari con el aval del emperador de Austria. Pero pese a las vacaciones forzadas de los Siervos de María, los dos padres que habían quedado en el convento siguieron aplicando cambios al santuario: el nuevo campanario, la sustitución del altar mayor del siglo XVI, el levantamiento de la estatua de la Virgen para que se viera mejor en una hornacina de mármol. Hasta incluso mover el altar para que los peregrinos pudieran pisar el lugar donde la Virgen se le había aparecido a Vincenza Pasini: la escena está grabada en un medallón de plata, sostenido por dos ángeles de mármol y colocado a los pies de la estatua. Es costumbre que los peregrinos, en el momento de pedir la gracia a María, apoyen la cabeza en el medallón de plata, para establecer con la Virgen una relación directa, sensible.

1917: la Virgen del monte Bérico salva, una vez más, a la ciudad de Vicenza

Hay otro día crucial, además del primer domingo de cada mes, en el que la Virgen del monte Bérico está especialmente predispuesta a favorecer a los peregrinos. Es el día 8 de septiembre, la fiesta de su Nacimiento. Hay un motivo especial que se remonta a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. El 25 de febrero de 1917 la ciudad de Vicenza, con la guerra a pocas decenas de quilómetros de distancia, pronunciaba un voto solemne a la Virgen del monte Bérico, en el que se prometía que «si nuestras tierras quedan incólumes, os hacemos voto de santificar perpetuamente el día de Vuestra Natividad teniéndolo como sagrado y festivo». Desde entonces, el 8 de septiembre es fiesta en la ciudad porque, también en aquella ocasión, la Virgen respondió a la oración de los vicentinos, impidiendo que el fuego de la guerra destruyera Vicenza. Durante aquel mismo 1917 el Boletín de los Siervos de María daba amplia resonancia a la carta apostólica de Benedicto XV, que deseaba el inmediato fin del terrible conflicto; el santuario, pues, fue tachado de pacifista y derrotista y el gobierno ordenó el silencio de las campanas. Todo ello explica el regalo al santuario en 1919, recién terminada la guerra, de una gigantesca bandera de Italia confeccionada por 100.000 mujeres católicas, en recuerdo de todos los caídos. Y explica también la parada en el monte Bérico del cadáver del Soldado desconocido mientras era llevado desde Redipuglia a Roma, hasta el Altar de la patria. También así se explica la construcción y la denominación de la plaza de la Victoria. Inaugurado el 23 de septiembre de 1924, abrió de par en par uno de los panoramas más extraordinarios de toda la región véneta. Diecisiete metros de la cima del monte Bérico, de cara al santuario, fueron allanados para realizar la vasta área: un grandioso rectángulo con los dos lados combados en curva barroca. El aplanamiento del monte abrió el horizonte hacia el histórico panorama de las estribaciones de los Alpes, del Pasubio y del Grappa.

11 de enero de 1978 papa Pablo VI declaró a la Virgen del monte Bérico la patrona principal de la ciudad de Vicenza

Con estas palabras: «En Italia, en la diócesis de Vicenza, el clero y el pueblo veneran desde hace más de 500 años con culto ininterrumpido y con ardor a la gloriosa Madre del Divino Redentor con el título de Virgen del monte Bérico… Nos decretamos que la Bienaventurada Virgen María, honorada con el nombre de “Virgen del monte Bérico”, sea declarada y sea verdaderamente de ahora en adelante la principal patrona ante Dios de la ciudad y la diócesis de Vicenza. Esperamos grandemente que en aquel santuario a partir de ahora florezca cada vez más la devoción a la Madre de Dios, la oración frecuente y un renovado conocimiento e imitación de su Hijo».

Peregrina en Buenos Aires y Argentina - Itinerario

BUENOS AIRES
25 abril 11hs Plaza Italia Festa della liberazione – Visita y Adoración Santísimo Sacramento Palermo – Visita y Adoración San Francisco Javier Palermo

26 abril Misa Plaza de Mayo por Papa Francisco

27 abril 20hs visita a Inmaculada Concepción de Belgrano (la Redonda)

⛪ 30 abril 11hs Catedral Metropolitana de Buenos Aires, Plaza de Mayo, San Ignacio.

🏛              18hs Circulo Italiano de Buenos Aires.

⛪ 1 mayo 9hs La Redonda de Belgrano

⛪              12hs San Cayetano Liniers.

⛪ 2 mayo Santa María del Signo Eucarístico

⛪ Visitas a Nuestra Señora de Lourdes, San Cayetano, Santa María del Signo Eucarístico,   María Auxiliadora y San Carlos, Medalla Milagrosa, Basilica de la Piedad (Mamá Antula)

⛪ 4 mayo 12hs Basilica San Jose de Flores

⛪ 5 Mayo 15hs Misa Basilica de Lujan

⛪               19:30hs Misa Catedral de 9 de Julio

                     9:30hs Visita c. natal Msr. Pironio

⛪ 6 Mayo Visita Trenque Lauquen

⛪ 7 Mayo Visita Santa Rosa LP

⛪ 8 Mayo 16:00hs Est. La Petronita Visita

⛪               19:30hs Misa Realicó

 

⛪ 9 Mayo 19:30hs Misa Catedral Río Cuarto

⛪ 10 Mayo16hs Adoración Catedral de Córdoba

⛪                 17hs Misa Colonia Vicente Agüero

⛪                 19:30hs Misa Colonia Caroya

⛪ 11 Mayo 19:30 Misa Catedral de Rosario

⛪ 12 Mayo San Nicolas de Los Arroyos

⛪                 18hs    Catedral de Campana

⛪ 13 Mayo 18:30 Veneración y Misa Catedral de Rosario  – Coro          

⛪ 18 Despedida de Buenos Aires – Nuestra Señora de los Emigrantes (Misa de 11hs)

Preparación para continuar por Brasil

 

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Oh Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre mía te doy gracias por haberte dignado aparecer sobre el Monte Bérico y te agradezco por todas las gracias que les brindas a todos los que acuden a vos. Nadie jamás te ha suplicado en vano. Yo también acudo a vos y te pido, por la pasión y muerte de Jesús y por tus dolores: Cobíjame, oh Madre Misericordiosa, bajo tu manto, que es un manto maternal concédeme esta gracia PARTICULAR que te pido y protegeme de todo mal, especialmente del pecado, que es el mal más grave. Concédeme, oh María, Madre mía, que siempre goce de tu protección amorosa en esta vida y aún más en la muerte, para que así pueda verte en el cielo para agradecerte y bendecirte por los siglos de los siglos. Amén. Nuestra Señora de Monte Bérico, ruega por nosotros.

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